lunes

sí, preciosa, vos también harás terapia

Los días feriados y lluviosos, mi familia se solía reunir alrededor del proyector para ver diapositivas. Era parte de nuestra memoria colectiva. Había varias series: mis hermanas y yo con gatitos, mis hermanas y yo en la plaza, mis viejos de vacaciones en Sierra de la Ventana cuando todavía nosotras no habíamos nacido. Y por lo general, esas diapositivas servían para contar siempre las mismas historias: El amigo de mis viejos nadando en lo que resultó ser una cloaca, la panza de siete meses de mi mamá cuando estaba embarazada de mí, nosotras chiquitas, mi papá flaco y con pelo y mi mamá usando la moda colorinche de la década del '70. Se trataba de un ritual familiar: Oscurecer la habitación, armar el proyector, colocar bien las diapositivas y que salieran al derecho y en foco. Yo lo disfrutaba mucho salvo por un detalle. Había una única foto que me sumía en la peor de las ansiedades. La esperaba con pavura y cuando aparecía, me dejaba paralizada de vergüenza. Escenario: la placita de Copetonas. Primer plano: una cola enorme y desnuda y para que no quede ninguna duda de la pertenencia, mi cara asomándose por detrás. Durante décadas sentí que esa foto era la culpable de mi timidez patológica. ¿A quién se le había ocurrido sacarme una foto haciendo pis?
Pasan los años y ahora es mi hija la que está pasando por una etapa nudista. No soporta la ropa ni los pañales y yo, que no aprendí nada, repito la experiencia.