jueves

quién me manda

Poco motivada por el frío (nueve grados) y la hora (nueve de la mañana), llegué a un cuartucho helado y sombrío. Iba a leer una ponencia en el congreso de teatro que se hace una vez por año en el Cervantes. Ya instaladas en la mesa y bastante aburridas dos mujeres revisaban sus papeles. Una de ellas tendría unos sesenta años y tatuajes en las manos (algo me que resultó inquietante por demás). La otra participante de la mesa era una bailarina brasileña que ni bien llegó se acurrucó en un rincón a dormitar. La cosa pintaba mal.
Traté de establecer conversación pero nada. A cada comentario mío mujían, asentían y me ignoraban. Qué frío que hace. Mmmm. Vos sos fulana, no?. Mmmm. Es muy temprano para hablar de teatro. Mmmm.
Desistí. No te digo que mi conversación fuera la apoteosis del entretenimiento, pero me hubiera gustado que valoraran mi esfuerzo. Nueve grados, nueve de la mañana. Qué querés.
Después llegó la coordinadora de la mesa. Se la veía un tanto decepcionada por la falta de público. Propuso esperar un poco. Yo quería leer e irme pero no, había que esperar.
Dos personas. Está bien, larguemos.
La mesa tenía el título "teatro y literatura", nombre lo suficientemente vago para que entre la asombrosa variedad de temas que se abordaron. Asombrosa en verdad.
Ya en congresos anteriores tuve que sobrellevar situaciones complicadas. Es más, en mi última presentación, la señora que leía justo antes que yo se emocionó tanto por las palabras que ella misma había escrito que terminó su ponencia en un mar de lágrimas. Entre hipos y mocos pidió disculpas a la audiencia que, demostrando simpatía, terminó brindándole un sentido abrazo colectivo. ¿Cómo remontar eso? ¿Cómo leer mi triste trabajito después de semejante final? ¿Cómo conservar el sentido, el estilo, las ganas cuando con un golpe de efecto tan certero se gana por entero al público que esperás conquistar por medios más sutiles? Después de eso, lo mío era una estupidez recalcitrante y aburrida. Lamenté no tener papel picado en los bolsillos.
Sin embargo, este año se superó.
Empezó la bailarina brasileña que hablaba un español muy aceptable. La idea era contar de cómo utiliza los textos de una poeta marginal para explorar cuestiones autobiográficas y de memoria emotiva con los actores. Sin embargo, de Stanislavsky a Barba, pasando por Artaud, Grotowsky, la danza Butoh y demás inventos no dejó autor sin mencionar a excepción, por supuesto, de la poeta marginal brasileña. Si habré escuchado ponencias así.
Para ese entonces, se había sumado algo de público. Ya llegaban casi a diez personas. Le siguió el turno a la mujer niña que se asomaba por el borde del escritorio (otro día voy a contarles de cómo las personas y cosas chiquitas me dan tristeza). Dio una charla sobre un dramaturgo cordobés. En realidad, fue una larga reseña bio-bibliográfica con datos de sus publicaciones y sus puestas. Para cuando terminó, ya el grueso del público había desertado.
Me tocaba el turno a mí. Leí ante las dos personas del principio que, tan estoica como inexplicablemente, continuaban en sus asientos. Terminé mi texto. Ovación.
Habían dejado para el final a la abuela tatuada. Ella se presentó como médica veterinaria. Sí, tuve que contenerme para no explotar. La médica veterinaria (repito y no me la creo) forma parte de un grupo que investiga, atención, el cerebro de los actores. No daba crédito a lo que estaba presenciando. Al principio creí que mi propio cerebro me estaba jugando una mala pasada. Pero no. Acto seguido, empecé a tomar notas. Después de citar a Darwin explicó que lo que le interesa es "completar un análisis del cerebro para ver lo específico de la emoción y encontrar así las bases neuroanatómicas". También aclaró que las nuevas tecnologías permiten estudios no tan cruentos. Me acordé de cuando en el colegio nos hicieron diseccionar un sapo. A continuación, como éramos pocos, nos pasó un dibujito de las diferentes partes del cerebro y nos fue explicando la finalidad de cada una de ellas. Terminó diciendo que mañana, otro de los veterinarios va a completar los resultados preliminares de la investigación porque, como se podrán imaginar, esto da para mucho.
Así que, actores del mundo sépanlo bien, en Tandil hay unos veterinarios dispuestos a estudiar sus locas cabecitas y explicarles por qué son tan propensos a la emoción pero ojo porque si no se portan bien, tal vez no los dejen salir del corral.

4 comentarios:

Terra dijo...

Contá que viste los caballitos enanos en la tele y casi te ponés a llorar y cada tanto decías: "Pobrecitos..."

Anónimo dijo...

Buenísimo, es demasiado inverosímil para que no sea estrictamente cierto.

Anónimo dijo...

Me hiciste reír, Bayer.

Saludos !

Charlotte dijo...

Lo del papel picado me mató. Yo también me reí, Obelix.